Comienza así: «Soy un gato, aunque todavía no tengo nombre. No sé dónde nací. […]». Vive en casa del maestro, que es de la clase burguesa y suele recibir a Meitei, un hombre charlatán y vanidoso, a Kangetsu, un alumno y varios hombres más. Entonces en el salón del maestro se van a desarrollar conversaciones de las cuales es testigo el gato y nos va aportando su perspectiva y pensamientos sobre ellas. Lo hace de una manera que consiguió hacerme ver a las personas desde otra lente: me descubría a mí pensando «ay, dios, qué ridiculez de persona». Sentía que empezaba a pensar como un gato y a ver la vida como él.
No estoy acostumbrada a leer literatura japonesa (algo que me gustaría cambiar), por lo que me ha sorprendido su estructura. Y es que no tiene una estructura como la conocemos por aquí, en occidente: planteamiento, nudo y desenlace. Sino que se va moviendo entre finales, planteamientos y nudos. Sabemos cómo termina una parte de la historia, pero no cómo ha empezado. Conocemos finales… Y algunas tramas se quedan en eso, en tramas, sin saber cómo acaban. Entonces queda un libro difuso en el tiempo, con márgenes indefinidos… pero la historia está ahí. El «cuándo», «dónde» y «cómo» dejan de ser importantes, y las palabras, la escena, los sentimientos, la trama, toman el protagonismo.
De verdad, el humor de este libro (¿o debería decir «de este gato»?) es delicioso. Se toma en serio asuntos tan banales que consigue convencernos de que es importante, aunque esté hablando de trivialidades como la calvicie, cómo viste un ladrón… Me pasé horas y horas sentada, cuestionándome cosas que jamás me había planteado, y todo porque un simple gato me ofreció una visión totalmente distinta del mundo en el que yo vivo.
Algo que quiero destacar aquí (y que se me suele olvidar), es la espectacular labor de traducción que se ha hecho aquí. El autor utiliza muchísimas referencias a monjes budistas, a autores japoneses, costumbres japonesas, platos japoneses… y la gran mayoría de ellos están explicados al pie de letra. Eso me ayudó un montón a no perderme y poder seguir el hilo de la historia. Es algo que se agradece muchísimo, pues así conseguí mantener el hilo de la lectura sin perderme esas referencias, ya que buscarlas fuera del libro (en el móvil, por ejemplo, se traduce en una distracción casi segura).
El gato nos empieza a contar un tema que desemboca en otro tema, que da pie a otro, para volver al primero y cerrarlo. Después, menciona otro tema, que se interrumpe por otro, que en un accidente ocurre algo que cierra un tema mencionado mucho antes… entonces yo sentí que la lectura era como flotar boca arriba en medio del mar, dejándome llevar y perdiendo la noción de dónde estaba la orilla, sintiendo que me empujaban las olas… para después abrir los ojos y darme cuenta de que no me había movido apenas, que seguía en el mismo sitio.
Cada vez que lo leía me invadía una sensación de calma y de paz que me daban muchísimo sueño y me dormía. Va a parecer que me pareció un tostón soporífero, pero nada más lejos de la realidad, estaba continuamente deseando ponerme con él, pero me invadía una calma y me hacía reflexionar tanto que al final… caía rendida. Por favor, si a alguien más le ha pasado que me escriba, ¡necesito sentirme comprendida!
Un último apunte que quiero hacer antes de cerrar la publicación (que por cierto, se me está haciendo difícil resumir tanto lo que quiero decir) es sobre las descripciones. Y es que Natsume Sōseki describe poquito a poco, a trocitos. En cada capítulo se van descubriendo diferentes rasgos de los personajes: cómo anda, cuáles son sus rasgos, de qué color son sus ojos, el pelaje del gato, los rasgos físicos del maestro… todo ello hizo que la experiencia lectora me pareciera diferente.
Y bueno, hasta aquí. Me encantaría seguir escribiendo sobre el libro, peeeero… ¡esto tiene un límite!
Nos veremos de nuevo (o no), que nunca se sabe.